En bastantes ocasiones he participado con algún relato en un libro colectivo. En este caso, como en otro anterior, los beneficios van destinados a fines sociales a través de una asociación.
Esta es la primera vez que lo hago en calidad de "bibliotecaria", actividad a la que llegué de casualidad, y participo con un texto basado en esta historia.
Edward Brooke-Hitching. The
Madman’s Library: The Strangest Books, Manuscripts and Other Literary
Curiosities from History. Simon & Schuster, 2020. ISBN 978-1-79720-730-8
Carezco de formación como bibliotecaria o archivera. Lo mío, en este caso, es una mezcla de amor al arte e inconsciencia.
La biblioteca se ha creado casi de la nada, a partir de una sugerencia mía, y la insistencia de los alcaldes anteriores, con una bonita estantería de madera, regalo del ayuntamiento de Requena, un local recién reconstruido y unas docenas de libros. Desde aquel día, pandemia incluida, casi soledad administrativa. Gracias a las amistades nos hemos hecho con cerca de mil libros y mi empeñado para conseguir más estanterías y algunos libros que buenamente nos han cedido de la Biblioteca de Requena. Disfruto entre libros, unas veces aconsejo a las lectoras, otras ya saben lo que buscan. No son muchas, pero suficientes para seguir con las puertas abiertas el tiempo que sea preciso.
Y este es el relato incluido en el libro 101 Relatos bibliotecarios, de la editorial Vinatea.
LO MÁS SUBLIME
¿Sabe, señoría?
Desde hace generaciones mi familia ha vivido obsesionada por el coleccionismo, esa
bendita idea que tuvo mi antepasado,
allá por el siglo XVIII, a quien se le ocurrió coleccionar mondadientes, sí, no
se ría, palillos de todo tipo, redondos, cuadrados, de madera, de hierro, sin
usar y usados y, aunque le pueda resultar sorprendente, logró una cantidad
considerable que guardó en varias cajas de madera, entenderá su señoría que, a
pesar de que no todos llegaron en buen estado a su sucesor, ya que los bichos
se encargaron de destruirlos, no fue óbice para que se iniciara una nueva
colección, en este caso se trató de cucharillas de café o de postre que alcanzó
la cantidad de cuatrocientas que están en mi poder, porque, discúlpeme, creo
que no le he dicho que todas las colecciones van pasando de un primogénito al
siguiente, con el trastorno que eso conlleva, ya que no todos han sido capaces
de guardarlas en su hogar, no es mi caso, como ha podido observar por las
pruebas aportadas por la policía tras los continuos registros, pero no es esto
en lo que se basa mi alegato de inocencia, señoría, ya que, como he insistido
en varias ocasiones, lo que ha movido mi espíritu, y que ustedes, señoría y
señores del jurado, consideran un sacrilegio, es tener la colección más
sorprendente, y no me negarán que lo he conseguido, valga la modestia, y quiero
dejar claro que el fin es epatar a mi sucesor, para que cuando llegue su turno se
encuentre en la disyuntiva de renunciar a seguir con la tradición o buscar
algún elemento coleccionable que sea mejor que el mío, cuestión difícil por
otra parte, y permita que sonría, sé que usted se está preguntando qué ocurre
si no existe ese primogénito, quién continúa con el rito, no existe ningún
problema, todo está controlado, ya sabe que yo no tengo hijos, por lo tanto la tradición
indica que debe recaer en el primogénito de mi hermano mayor, el pobre ya se
está devanando los sesos para encontrar un objeto curioso que supere a los
míos, no me gustaría estar en su lugar porque sé que es una tarea ardua, de
hecho, mi colección de libros raros es de las mejores del mundo y el último
ejemplar, el que me ha traído hasta su presencia y ante este jurado, fue el
mayor estímulo para culminar mi labor, no me mire con esa cara, señoría, estoy
seguro de que a usted como al resto del jurado les gusta que su trabajo sea
perfecto, y yo no soy una excepción, y permita que añada, antes de que se me
olvide, que mi idea partió de la lectura de otro libro, qué casualidad, el
denominado “La biblioteca del loco” escrito por Edward Brooke-Hitching, que
cambió mi visión del coleccionismo, ¡ah!, qué maravilla de descubrimiento, yo
que hasta este momento me había paseado como un obseso por las librerías de
viejo, analizando ejemplares antiguos, viajando por medio mundo, gastando mi
precaria fortuna para crear una colección insuperable, hasta que ese libro
llegó a mis manos y me di cuenta de que me quedaba una posibilidad que no había
tenido en consideración, y que debía ponerme a trabajar incluso antes de tener
el libro más raro jamás escrito: ¡partituras!, cómo no lo había pensado antes, yo,
un amante de la música, asiduo a los conciertos, así que me encontré dándole
vueltas a la idea, me puse en contacto con una compositora, preciosa, a la que
no tardé en seducir, espero que nadie dude de mis encantos masculinos, por
dios, que no son menos importantes que mis encantos intelectuales, y ella, sin
saber cuál era la verdadera razón de mi interés, se mostró feliz, incluso
apasionada, la ingenua, y todo vino rodado, y en nombre del amor se dejó hacer
y yo conseguí las partituras más sublimes jamás escritas, pese a lo que digan,
pese a la censura, pese a todo, porque ella se dejó en esos pentagramas toda su
inteligencia, su experiencia y, aunque por sus gestos sé que les resulta
macabro, también se dejó la piel, disculpen que sonría, pero el recuerdo de
cómo se gestó esta maravilla me llena de ternura, ¡ah! La sigo viendo sentada
al piano, horas, días, semanas, componiendo lo que iba a ser su mayor legado,
tan feliz, tan inocente, porque yo nunca le dije en qué iba a consistir esa
herencia para la humanidad, y cuando lo finalizó, su felicidad fue un éxtasis, señoría y señores del jurado, corrimos a abrir
varias botellas de vino, del que a ella le gustaba, y ella, henchida de gozo,
quiso que su obra se titulara: “La consagración del amor”, un poco cursi me
pareció, pero acepté, era imposible negarse, y entre copas y arrumacos el
somnífero hizo su efecto y la llevé, con toda mi gratitud hasta el laboratorio
que había construido en el sótano de mi casa, cerrado con llave, con la excusa
de la conservación de las colecciones familiares y allí, con todo cuidado, tras
días y días de trabajo, trasladé las partituras sobre su piel que fueron
absorbidas con la delicadeza que requería la composición y, fíjense, estoy
satisfecho porque ella sigue estando presente, no solo en estas partituras
únicas, ¡ah!, les noto sorprendidos, no deberían, ustedes son personas
inteligentes y han adivinado, sí, lo tienen ante sus ojos, mis memorias, el
último libro de mi colección, único en el mundo, textos escritos a mano, con
plumilla, encuadernadas como las partituras, ¿no creen que es un acto de amor?,
ella me lo ofreció todo y yo me limité a tomarlo, sé que me creen un loco, un
asesino, un demente capaz de cualquier cosa por llevar mi colección a lo
imposible, para que mi sucesor renuncie a seguir con esta pasión desbordante
que nos envenena a toda la familia, a que sea consciente de que jamás, nunca,
alcanzará la belleza de la mía. Y aquí termino mi alegato, señoría, le ruego
que lleven unas flores a su tumba y que, durante ese momento, suene alguna de
sus sublimes composiciones.
Felicidades por la publicación. Ya me estaba oliendo que podría haber algún muerto en esta historia donde se mezclan tu pasión por los libros y por la música. Algo que comparto a mi manera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo leo hoy. Me encanta y sonrío.
ResponderEliminarAbsolutamente en tu linea. Es decir, magnífico.