miércoles, 13 de septiembre de 2023

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL.

 



El mes de septiembre viene acompañado por el silencio. Los veraneantes: mayores y niños, desaparecen de las calles, las ventanas se cierran, las persianas se bajan, las puertas aparecen tapadas con cortinas, protegidas del sol, del viento y del futuro frío. Las voces de los niños, los juegos nocturnos en el frontón, los ladridos del perrillo de la vecina, todo se esfuma. Nos quedamos rodeados de ausencia.


También en septiembre, los vecinos habituales marchan cada día, temprano, antes de que el sol agobie, a la vendimia. Durante unas horas la aldea queda más vacía que de costumbre.
Los primeros días, hasta que el oído se acostumbra, el silencio es espeso, como si se hubiera acabado el mundo. Quizás, solo quizás, se puede añorar el bullicio urbano como un espejismo del mundo habitado hasta que aspiras olores, escuchas el canto de los pájaros, incluso el del puñetero grillo que no tiene horario y acabas por reconciliarte con esa soledad buscada.