viernes, 11 de agosto de 2017

LOS PESCADORES DE PERLAS - Los microrrelatos de Quimera




Intuición



Duerme a mi lado. Observo las aletas de la nariz. Se abren y cierren con una cadencia suave. Estoy desvelada. Le toco la cabeza. Mueve la mano como si tuviera un mosquito encima. Se da la vuelta. Ahora veo su coronilla. Me aburro. Me fijo en su oreja izquierda. Es pequeña, elegante, de estatua de mármol.

Me asomo a la oreja como quien se asoma a una ventana. Sé lo que hay dentro. Cerumen, pelillos, huesecillos minúsculos. Me acerco más, hasta que mi ojo roza el cartílago. Está oscuro ahí dentro. Mi ojo navega en el interior del oído. Resbala, cae y se golpea en el yunque. A pesar de los tropiezos, va resbalando hasta concavidades más densas, gelatinosas. Discurre a través de meandros grises. Comienzo a ver imágenes, en cinemascope y tecnicolor.  Unas mesas, sillas que giran. Me parece incluso oler a café. El sonido opaco de los ordenadores. Atravieso un pasillo. Hay puertas a los lados. Me detengo ante una de ellas. Se abre. Veo lo que supongo desde hace meses. Retrocedo. Con las prisas me pierdo en los meandros. Choco contra las neuronas, que se enganchan en la retina como pulpos. A lo lejos, un punto de luz.

Me aparto de su oreja y me dejó caer, sofocada por el viaje, en mi parte de la cama. Él se gira. Abre los ojos. Me mira y sonríe malévolamente.







Tac, tic

Es el último día de trabajo. Entra en su casa. Deja la cartera de piel. Sale de la cocina. Cierra la nevera, tan vacía como la bolsa de basura. Vomita. Se desanuda la corbata. Deja el traje de chaqueta en el suelo. Después sale del baño. El espejo no le devuelve ninguna imagen. Sube la persiana. Se acuesta. Enciende el despertador.

Tac tic, tac tic, tac tic





Esos raros momentos del día

Desde hace días, llevo este extraño pájaro, oscuro e hirsuto como un bigote antiguo, posado sobre mi hombro. Un perro verde me sigue como un remedo de sombra y se sienta a mi lado a la hora de cenar. Cuando intento acariciarlo se muestra esquivo y se marcha durante un rato. Adela, mi mujer, dice que son invenciones mías. Le contesto que sí y, de un manotazo, la hago desaparecer.