jueves, 2 de diciembre de 2021

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL - EL ABURRIMIENTO

 


Llevo viviendo en la aldea más de dos años. Lo que, en principio, iba a ser un camino de ida y vuelta a la ciudad con temporadas aquí y allá, se ha convertido en una estancia definitiva.

Bajamos a Valencia para asuntos puntuales: librerías, comidas con amigos, compras varias, conciertos o teatro y repaso a la casa. 

Hay gente que nos dice que nos envidia por vivir en un lugar pequeño, rodeado de naturaleza, tranquilo, sin los agobios propios de una gran ciudad. Valencia lo es, una gran ciudad que se ha crecido mucho en las últimas décadas.

También hay gente que se sigue extrañando de que hayamos elegido esta vida, como si nos hubiéramos ido a una isla desierta y nos preguntan, con bastante insistencia, cuándo regresamos a la ciudad.

Una conocida se sorprendió de que pudiera recibir correos electrónicos aquí. Tuve que recordarle que incluso tenemos agua corriente.

Hace unos días, una amiga me miró, muy seria, y me dijo: Dime la verdad, ¿no te aburres allí? ¿No te apetece ir a ver escaparates?

Nada es idílico. 

Nos conocen más a nosotros, que nosotros a los demás. Llevamos adherida la costumbre de no entrometernos en la vida ajena. Pregunto e indago si quiero escribir algo sobre la vida y misterios de sus convecinos. Eso sí que me gusta. 

Hay también una cierta prevención hacia los foráneos. Una predisposición inicial a proteger sus costumbres, como si temieran que fuéramos a colonizarlos. Predisposición que se va mitigando con el conocimiento, mutuo. Y el respeto, mutuo, también. 

Hoy he ido de entierro. Continúa la tradición de despedir al finado en el cementerio. Hacer el recorrido, detrás del coche, a pie por las calles del pueblo. Un hombre joven, demasiado joven para marcharse. Me ha sorprendido el silencio de estos dos últimos días en las calles, como si la tristeza nos hubiera cubierto a todos. 







No hay comentarios:

Publicar un comentario