domingo, 7 de abril de 2019

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL - Capítulo II


A ningún urbanita, excepto por motivos laborales, quiero suponer, le obligan a vivir en el campo. 
Alejarse de la "civilización" es una decisión muy personal. A mí la ciudad me cansa, el ruido constante me aturde, por esa razón estoy tan a gusto escuchando el piar de los pajaritos, la voz de mi vecina a las ocho de la mañana mientras va a comprar el pan y se lo explica a otra vecina, el ronroneo del motor del tractor del Paco a la puerta de mi casa, hasta que se marcha a las labores del campo, o el ladrido chillón de la perreta de la casa de enfrente, entre otras sonoridades conocidas.
No se me ocurriría intentar convencer a nadie de que lo haga, no le vaya a producir una urticaria el contacto con los pinos y el aire oxigenado. 


El pastor que litigó con mi padre y otra vecina por el tema de los corrales murió hace unos años. El cargo pastoril y las ovejitas (otras, por supuesto) las heredó el hijo, junto el nombre. Es un tipo curioso este pastor. Cuando está en el monte, no muy lejos del corral actual, porque no lleva las ovejas a grandes distancias no vaya a ser que se agoten, tiene pose magnífica, de película casi épica: La mirada en la lejanía, la tez curtida por el sol del campo, apoyado en el bastón, con el morral colgando en un lado, el cigarro entre los labios, uno de los perros acostado a sus pies y el otro dando vueltas a su alrededor, vigilante.
Tiene un caminar pausado, arrastra los pies como si el trabajo le pesara. Mantiene dobladas las rodillas mientras camina. Es, para dar una idea, como si se hubiera levantado de una silla pero solo a medias, y se le hubieran quedado las piernas en un ángulo de, qué sé yo, pongamos de 45º. Con él apenas he cruzado cuatro palabras. Aunque, me temo que la quinta, no la entendería (yo)
Cuando él fallezca se perderá, con toda probabilidad, este oficio. No sé si habrá alguien en la aldea que quiera hacerse cargo de las ovejitas, aunque ¿por qué no lo podemos sustituir por un dron? Ya los perros por robots.
Los hijos permanecen en la aldea, no han emigrado a ningún lugar. Uno de ellos, si sigue así, igual lo hacen emigrar a un centro del estado. El otro es uno de los ejemplos que toda aldea suele tener. Va en bicicleta todo el día, cruza la carretera con la temeridad propia del que no teme nada porque no alcanza para ello, y se lleva bien con las ovejas. 

Se dice que una sociedad empieza a entrar en la modernidad cuando sus índices de colesterol, obesidad, triglicéridos  y ácido úrico son notables. Pues, felicitémonos, creo que estamos en el buen camino.
La modernidad de la ciudad exige aplicar la utilización del coche en cualquier lugar, aunque las distancias que se han de recorrer no sean largas. Para ir a la carnicería, a tomar café, a comprar el pan. 
Es imposible pensar en polución. Estamos rodeados de pinos, de naturaleza. Tú aspiras una buena bocanada de aire y qué tragas: oxígeno puro. Por lo tanto, para qué caminar. Que ya caminaron bastante nuestros antepasados cuando se marchaban de semana al campo con el hatillo y la mula. Nunca dejo de recordar a mi tío Amado. Otro personaje curioso.

Tenemos dos carnicerías. Una dentro y otra fuera, en la carretera. Podemos elegir y no solo basándonos en la calidad o el precio. Si eres oriundo tienes también otra posibilidad: el rencor. Imagina que, en un momento de la vida, la carnicera le ha dicho algo fuera de tono a tu hermano, pues tú, en solidaridad, dejas de comprarle y que se joda. La familia ante todo.


(to be continued again)

2 comentarios:

  1. Eres genial contando tu perspectiva de lo que te rodea.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. no sé quién eres, pero muchas gracias por el comentario

      Eliminar