martes, 2 de abril de 2019

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL- Capítulo I



De momento, vivo a caballo entre la ciudad y el campo. Habito en una de las zonas  de la Comunidad Valenciana que se ha ido despoblando lentamente, una zona donde las aldeas se están convirtiendo en espacios libres para los fantasmas. Creo que fue entre los años cincuenta y sesenta cuando se produjo la mayor emigración hacia las ciudades. Aldeas y caseríos fueron abandonados y de algunos de ellos quedan las paredes.


En muchas ocasiones me han preguntado cómo es posible que viva allí, que no me aburra, que no sienta que me falta algo imprescindible para la vida. ¡Es que hay tantos pinos! pues claro que hay pinos, no me he ido a un desierto ni un secarral. Esta zona es lo que viene a denominarse campo, con sus pinos, sus carrascas, sus bichos, sus montañitas, sus espliegos y almendros. En la aldea  hay casas, ¡Incluso tenemos agua potable. Un milagro!
Es cierto, y lo añoro, que no huele a pueblo. En ese aspecto hemos perdido credibilidad, porque ir a un pueblo que huela a nada, es catastrófico. Un pueblo que se precie y que sea tenido en cuenta por los que se acercan a la naturaleza debe oler a estiércol, a gallinas de corral (vacas en esta zona, no), a ovejas, a leña de hogar en invierno. 
Asfaltaron las calles hace unos cuantos años y no es lo mismo. Dónde va a parar desportillarse las rodillas en el asfalto o en el polvo y las piedras. No tiene nada de original. Para eso no vas a un pueblo, te quedas en la ciudad y punto.
Prohibieron los corrales dentro de la zona habitada porque se llenaba todo de moscas y tábanos. Pues, qué quieren que les diga: no es lo mismo. No debería hablar así porque fue mi padre uno de los promotores del asunto. Total, sólo teníamos un par de ellos cerca de casa. Claro, el pastor nos sigue mirando mal desde entonces. De él hablaremos en otro momento. 
Era divertido despertarse a las seis de la mañana en verano escuchando el balido de las ovejitas, el aliento del pastor para sacarlas del corral, el sonido de la escoba de mi madre barriendo las cagarrutas de los simpáticos animalillos. ¡Aquéllo sí que era bucólico y pastoril!
Y cuando ya se habían marchado todos quedaba en el ambiente el zumbar de las moscas y ese olor característico del ganado feliz. Marchaban el pastor y las ovejitas hacia los pastos cercanos. Muy lejanos no, porque tampoco había que cansarlas.
¡Ay¡ qué tiempos. ¡Cuánta añoranza me produce estos recuerdos!


(to be continued)









3 comentarios:

  1. Vendré. Y si es con esta ironía y ternura, más.
    Me apetece mucho leerte desde "ahí".
    Como dirían en mi pueblo..."Mozonaaa, ¿cuándo has veníiooo¿"...

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    1. Gracias por venir. Seguiré escribiendo, siempre con la ironía y la ternura porque soy muy feliz en mi pueblo. Sé, lo sé, que es mi medio natural. Mozaaaaa. jajajaj

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