jueves, 11 de diciembre de 2025

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL (después de mucho tiempo)



 



Leo estos días el libro de Paco Cerdà, Los últimos- Voces de la Laponia española, el único libro que no había leído escrito por él. Conforme voy leyendo, subrayo, anoto y pongo pegatinas de colores en las páginas (no me gusta eso del posit, lo siento) y, aunque el recorrido que hace en els libro - La Celtiberia hispana - no llega a esta zona, hay muchas coincidencias en los temas: despoblación, desarraigo, soledad y desinterés de las administraciones. 
Habla también del regreso, de algunos y algunas quijotes, personas cansadas de las prisas, de la soledad, sí de la soledad de las ciudades, a los pueblos de sus ancestros o donde nacieron, de las dificultades que eso entraña y, de nuevo, de la ausencia de ayudas o colaboraciones municipales, autonómicas o estatales. 
En todo este tiempo que no he escrito nada sobre el lugar que hemos elegido para pasar el tiempo que nos vaya quedando, la vida ha transcurrido como si el resto nos fuera ajeno. Aquí también nos envolvemos con una capa de protección ante tanto ruido externo, sin querer pensar o aceptar que ese ruido que se produce en los despachos de gente importante y con autoridad para hacer y deshacer a su antojo no nos fuera a afectar. 
Se fue la vecina- la Carmen - después de idas y venidas del hospital. Se marchó en silencio, se dejó llevar deslizándose desde la cama al suelo, como una manteca derretida. Se marchó también Josito, el padre de la Mati, cansado de su inutilidad y se llevó con él la sabiduría de tejer esparto, sin habérselo enseñado a los hijos y nietos. Las mujeres nunca, hasta ahora, han tejido esparto. Era cosa de hombres. Y los jóvenes no tienen tiempo ni interés en aprender esta habilidad. 
Nos queda aún Vicente, la persona que más sabe de la comarca, de lugares, historia y personajes. El único que sabe confeccionar obras maestras con el esparto. Aunque no sabemos por cuanto tiempo porque la cabeza se le está llenando de humo.
Nos queda también la Justa, mi vecina, que anda rondando los 100 años. Se queja de sus malas piernas, ahora apenas sale, no hace buen tiempo para corrillos con el vecindario frente a su casa. Va y viene del hospital cuando los pulmones no le responden. Su cabeza resiste, la memoria suya y la nuestra. Me recuerda a mí de pequeña, a mis padres, a mi hermana y no deja de maravillarme que alguien tenga recuerdos que yo nunca he tenido. 
La buena noticia es que, entre tanto, nacieron dos criaturas: un niño y una niña y si tienen suerte podrán asistir al colegio de la aldea antes de que lo clausuren por falta de números.
Con el frío, el pueblo huele a pueblo, a leña de chimenea, cada vez menos. A lo lejos, según sople el viento nos llega el canto de algún gallo, cada vez menos también. 
En estos pueblos, el cada vez menos, es lo habitual.



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