sábado, 15 de agosto de 2020

DIARO DE UNA ESCRITORA RURAL. A la fresca



El viento suele  cambiar a Levante, el solano como lo denominan aquí, sobre las ocho de la tarde.

A esa hora salimos a la fresca. La vecina de enfrente saca varias sillas. Poco a poco nos vamos incorporando al llamado "guasap de la cochera". Hacemos corro, guardando las distancias, con la mascarilla lista en la oreja por si pasa la Benemérita. Uno de los vecinos apoya la silla en el sitio más inverosímil de una acera sin asfaltar, algún día se caerá y a ver quién lo levanta que tiene 82 años. Lo amenazamos y él se ríe. 

Salir a la fresca es una de esas costumbres que todavía no se han perdido en algunos pueblos. Nuestra calle goza del privilegio de ser amplia y tener límite con el monte. El viento corre a sus anchas. Mantenemos este hábito veraniego durante los meses de julio y agosto, antes de que comience la vendimia. Durante ese tiempo nos reunimos entre cinco y seis personas.

Las conversaciones se solapan, derivan incluso en monólogos, como los del vecino que se sienta como si fuera equilibrista, que suele retroceder al pasado para contarnos sus batallas con el camión, sus viajes por todo el país, sus comidas en tal o cual restaurante, no importa el tema, no importa quién esté hablando, no importa nada. Él monologa hasta que su mujer le dice que es imbécil. Y que hoy tenía el azúcar por las nubes.

Los niños, uno o dos, corretean por la calle, por el trozo de tierra que lleva al monte. Se suben al montículo de arena, caen, se levantan. Una de las tertulianas le grita al niño: no corras, te vas a caer, quítate de ahí, que viene un coche, a la acera, te vas a ensuciar, ven aquí, estate quieto. El pequeño la ignora, como es su obligación y sigue corriendo, manchándose y disfrutando.

Sacamos una escalera plegable de tres peldaños, blanca y la ponemos en la esquina de la casa. Suple a la señal de tráfico de: peligro, hay gente. Es la única manera de contener la velocidad de los insensatos. Contener al fitipaldi del vecino, al niñato con carnet recién estrenado, al tractor que se cree Porsche. Porque aquí la gente va en coche a todas partes. Sin miramiento.

Siguen las conversaciones a dos bandas, a tres, o en perpetúo monólogo. Hablamos de la vida, de la muerte, de los mosquitos, de los bulos, del miedo a esta pandemia. Se resuelven misterios, se comentan intimidades, se desmienten historias, se presume de hijos, de lo ecológicos que son, que sólo comen productos naturales o desnaturalizados. Pasan vecinos que van de paseo, saludamos, hablamos del tiempo, con la mascarilla puesta, de lo caro que está todo, de que el casoplón sin terminar del vecino se nos va a caer encima, de la próxima cosecha, de lo bien que cocinamos.

Dentro de poco se marchará la gente. El pueblo volverá a la normalidad, dentro de esta anormalidad presente, los paisanos se encerrarán en sus casas, con las luces casi apagadas y la televisión encendida, las estufas en marcha. Y la aldea parecerá que no existe, que es un sueño helado, neblinoso. Y olerá como olían los pueblos no hace tanto años. 



3 comentarios:

  1. Qué visual es tu estampa. Me ha recordado mi pueblo. He pasado un rato delicioso leyéndote.

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  2. Salir a la fresca es oxígeno y guapa de cochera de muchos pueblos. Te faltó la salamanquesa en la farola. Me encantó!

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  3. Tras tanto tiempo, he venido a darme una vuelta por los campos de España...

    besos
    inma

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