Anoche, vencido por
el cansancio, en esos instantes en que el cuerpo comienza a ser ligero y la
mente un revoltijo de ideas inconexas, poco antes de que el sueño me alejara
del mundo, pensé en ti. Debería considerarlo como un suceso extraordinario ya
que rara vez eso me sucede. El cerebro, ese músculo prodigioso que no siempre nos
previene de los recuerdos ingratos para evitar que caigamos en la locura y lo
arrastremos a la nada, me devolvió un fragmento de mi pasada vida, un resto que
llegó a la orilla de mi memoria, como la crujiente ola que araña la arena.
Entre
ese revoltijo y los restos del naufragio apareció la foto y me hizo recobrar
Te
hablo, por si lo has olvidado, de aquella foto que te hice hace muchos años y que
formaba parte del proyecto para la exposición de la galería de arte, una
recopilación de mi obra de los últimos diez años. ¿Lo recuerdas ahora? Deberías hacerlo. Fueron
largas noches de montaje en el laboratorio, noches de insomnio, cenas y
desayunos a deshoras. Eso fue mucho antes de que el laboratorio fuera
sustituido por un ordenador, una impresora de alta resolución y el revelado digital.
Sí, deberías recordarlo porque tú recogiste el premio en mi nombre.
Esta
mañana la he buscado. He tardado un poco en dar con ella. Hasta el punto de
pensar que la había perdido.
No. No
debo mentir. Aquello se acabó. Ya me he acostumbrado a no disfrazar la verdad (más
que lo estrictamente necesario) por mi salud mental. No te voy a engañar: la foto está en mi
estudio, en uno de los estantes de la derecha, aquel donde tú solías dejar tu
cuenco de plata con un cúmulo de colillas abolladas, perfiladas de carmín al
lado de toda la quincallería que repartías por tu exquisito cuerpo.
Lo
cierto es que durante mucho tiempo tuve la foto escondida para no remover
rescoldos y llenar mi corazón de cenizas. Cuando creí que podía tomarla de
nuevo entre mis manos y mirarla sin sentir que el ácido me llenaba la boca, la
volví a exponer a la mirada de todo aquel entrara en casa (que nunca era mucha
gente). Ya sabes que todos pensaban que era una foto perfecta, aunque tú
afirmaras que hubiera quedado mucho mejor si en lugar de tus piernas hubiera
estado tu cara.
Es la
única fotografía. La única que existe de tu paso por mi vida. Me dejaste un huracán
de recuerdos y pesadillas.
El
armonioso contraste entre la tenue luz de aquella farola empañada de humedad
que revoloteaba sobre tu tobillo izquierdo, el que estaba retrasado en tu paso satisfecho
y la sombra con que tu falda suavizaba la costura de la media, me sigue
fascinando. A escasos centímetros del suelo el tacón se alzaba recto y
decidido. La seda negra despedía débiles guiños de luz que llamaban la atención
de los viandantes. Después me observaban con curiosidad y cierta envidia mientras
seguía con mi cámara de fotos el halo lúbrico de tus piernas.
Contemplé
la foto durante unos minutos. Me sigue pareciendo hermosa (a pesar de todo),
una pequeña obra de arte, el resultado de horas de insomnio hasta lograr el efecto
deseado. Meditando sobre ella durante la noche, una vez incapaz de conciliar
del sueño, llegué a la conclusión de que si la especie humana fuera capaz de
leer los mensajes que contienen los pequeños detalles nos daríamos cuenta de que
algunos son premonitorios. Si lo hubiera sabido entonces me
hubiera ahorrado unos cuantos disgustos. ¡Qué fácil me resulta hablar ahora que
ya soy capaz de observarla alejándome de su significado!
Desde
el principio, desde antes de su revelado, cuando mi ojo estaba pegado al visor,
la encontré cargada de tentaciones. Por un lado, la noche, el abrigo de la
oscuridad que envuelve la vida en irrealidad, cuando todo adquiere una
dimensión distinta en el mundo; en otro plano, las piernas de una mujer que se
aleja caminando, dejando tras de sí, a sus pies, con indiferencia, unos objetos
que parecen haber sido rechazados (una taza con su platillo, un sobre abierto y
su contenido apresado bajo el tacón que rasga el asfalto), quién sabe si por
inservibles, por despecho o por cansancio.
Pocos meses
después de recibir el premio los pequeños detalles se me revelaron con su carga
de indescifrables mensajes: la taza se hizo añicos al resbalarse de entre mis
manos, el sobre apareció cerrado sobre la mesa del ordenador y su contenido me
rasgó el alma.
Y me
persigue ese mismo sentimiento cada vez que miro la foto en la que tus piernas parecen
querer desvanecerse y sólo quedamos a su alrededor los objetos inservibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario