jueves, 12 de enero de 2023

EL BRILLO DE LA SEDA -Relato finalista en el concurso de RNE y la Caixa

 Leonor:

Anoche, vencido por el cansancio, en esos instantes en que el cuerpo comienza a ser ligero y la mente un revoltijo de ideas inconexas, poco antes de que el sueño me alejara del mundo, pensé en ti. Debería considerarlo como un suceso extraordinario ya que rara vez eso me sucede. El cerebro, ese músculo prodigioso que no siempre nos previene de los recuerdos ingratos para evitar que caigamos en la locura y lo arrastremos a la nada, me devolvió un fragmento de mi pasada vida, un resto que llegó a la orilla de mi memoria, como la crujiente ola que araña la arena. 

Entre ese revoltijo y los restos del naufragio apareció la foto y me hizo recobrar la vigilia. En mi mente se plasmó aquella noche y la nítida visión de tus piernas sinuosas, las medias de costura que realzaban tu pantorrilla y que tanto me excitaban. Y con todo ello, la oscuridad: envoltorio de la seducción.

Te hablo, por si lo has olvidado, de aquella foto que te hice hace muchos años y que formaba parte del proyecto para la exposición de la galería de arte, una recopilación de mi obra de los últimos diez años.  ¿Lo recuerdas ahora? Deberías hacerlo. Fueron largas noches de montaje en el laboratorio, noches de insomnio, cenas y desayunos a deshoras. Eso fue mucho antes de que el laboratorio fuera sustituido por un ordenador, una impresora de alta resolución y el revelado digital. Sí, deberías recordarlo porque tú recogiste el premio en mi nombre.

Esta mañana la he buscado. He tardado un poco en dar con ella. Hasta el punto de pensar que la había perdido.

No. No debo mentir. Aquello se acabó. Ya me he acostumbrado a no disfrazar la verdad (más que lo estrictamente necesario) por mi salud mental.  No te voy a engañar: la foto está en mi estudio, en uno de los estantes de la derecha, aquel donde tú solías dejar tu cuenco de plata con un cúmulo de colillas abolladas, perfiladas de carmín al lado de toda la quincallería que repartías por tu exquisito cuerpo.

Lo cierto es que durante mucho tiempo tuve la foto escondida para no remover rescoldos y llenar mi corazón de cenizas. Cuando creí que podía tomarla de nuevo entre mis manos y mirarla sin sentir que el ácido me llenaba la boca, la volví a exponer a la mirada de todo aquel entrara en casa (que nunca era mucha gente). Ya sabes que todos pensaban que era una foto perfecta, aunque tú afirmaras que hubiera quedado mucho mejor si en lugar de tus piernas hubiera estado tu cara.

Es la única fotografía. La única que existe de tu paso por mi vida. Me dejaste un huracán de recuerdos y pesadillas.

El armonioso contraste entre la tenue luz de aquella farola empañada de humedad que revoloteaba sobre tu tobillo izquierdo, el que estaba retrasado en tu paso satisfecho y la sombra con que tu falda suavizaba la costura de la media, me sigue fascinando. A escasos centímetros del suelo el tacón se alzaba recto y decidido. La seda negra despedía débiles guiños de luz que llamaban la atención de los viandantes. Después me observaban con curiosidad y cierta envidia mientras seguía con mi cámara de fotos el halo lúbrico de tus piernas.

Contemplé la foto durante unos minutos. Me sigue pareciendo hermosa (a pesar de todo), una pequeña obra de arte, el resultado de horas de insomnio hasta lograr el efecto deseado. Meditando sobre ella durante la noche, una vez incapaz de conciliar del sueño, llegué a la conclusión de que si la especie humana fuera capaz de leer los mensajes que contienen los pequeños detalles nos daríamos cuenta de que algunos son premonitorios. Si lo hubiera sabido entonces me hubiera ahorrado unos cuantos disgustos. ¡Qué fácil me resulta hablar ahora que ya soy capaz de observarla alejándome de su significado!

Desde el principio, desde antes de su revelado, cuando mi ojo estaba pegado al visor, la encontré cargada de tentaciones. Por un lado, la noche, el abrigo de la oscuridad que envuelve la vida en irrealidad, cuando todo adquiere una dimensión distinta en el mundo; en otro plano, las piernas de una mujer que se aleja caminando, dejando tras de sí, a sus pies, con indiferencia, unos objetos que parecen haber sido rechazados (una taza con su platillo, un sobre abierto y su contenido apresado bajo el tacón que rasga el asfalto), quién sabe si por inservibles, por despecho o por cansancio.

Pocos meses después de recibir el premio los pequeños detalles se me revelaron con su carga de indescifrables mensajes: la taza se hizo añicos al resbalarse de entre mis manos, el sobre apareció cerrado sobre la mesa del ordenador y su contenido me rasgó el alma.

Y me persigue ese mismo sentimiento cada vez que miro la foto en la que tus piernas parecen querer desvanecerse y sólo quedamos a su alrededor los objetos inservibles.

 

 

 

 

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