El Charly ha sido siempre un «picha
brava». Hasta bien cumplidos los ochenta años, antes de que le retiraran el carné
de conducir por saltarse todas las señales, pululaba por los puticlubs de la
zona, deslumbrado ante tanto seno turgente, toquiteando culos y muslos,
mientras con la boca pequeña añoraba a su pobre mujer.
Pobre mujer, una bendita, que no
se enteraba o no quería enterarse de las correrías de su marido. ¿Sabría ella
que allá en la finca donde trabajaba como bracero se follaba a la hija tonta
del capataz? ¿Sería capaz de imaginar la escena de la muchacha, apoyada en el
carro, mirando pa Cuenca, comiendo pipas, mientras el Charly se calzaba la
bolsa vacía y con esa picha brava se la trajinaba día sí, día no?
Ya se cuidaba el Charly de que no
le llegaran las noticias a su pobre mujer.
Ahora se le ha quedado cara de
lelo, de bacalao seco. Cuando alguien lo saluda lo mira con esos ojos de pez
muerto, achicados entre unos surcos renegridos, sonríe, levanta la mano, la
mueve en silencio y llama a la hija.
El Charly no tiene prisa en
morirse, en reunirse con su pobre mujer, aunque hace años que decía que le
quedaban cuatro días. El yerno está pensando en cambiarlo de sitio, quizás cerca
de la chimenea ahora que se acerca el invierno. La leña, ya se sabe, chisporrotea,
saltan pequeñas ascuas y el viejo está impedido.
Zenda #historiasrurales
Qué vecino tan poco presentable, no sé cómo no te mudas...
ResponderEliminarNi se molestan tus personajes en disimular que los viejos estorban.
ResponderEliminarUn abrazo.