Con motivo del Día de las bibliotecas, la editorial Vinatea publicó un libro de relatos en el año 2021El mío se basó en esta portada: La biblioteca del loco.
Lo más sublime
¿Sabe, señoría?
Desde hace generaciones mi familia ha vivido obsesionada por el coleccionismo, esa
bendita idea que tuvo mi antepasado,
allá por el siglo XVIII, a quien se le ocurrió coleccionar mondadientes, sí, no
se ría, palillos de todo tipo, redondos, cuadrados, de madera, de hierro, sin
usar y usados y, aunque le pueda resultar sorprendente, logró una cantidad
considerable que guardó en varias cajas de madera, entenderá su señoría que, a
pesar de que no todos llegaron en buen estado a su sucesor, ya que los bichos
se encargaron de destruirlos, no fue óbice para que se iniciara una nueva
colección, en este caso se trató de cucharillas de café o de postre que alcanzó
la cantidad de cuatrocientas que están en mi poder, porque, discúlpeme, creo
que no le he dicho que todas las colecciones van pasando de un primogénito al
siguiente, con el trastorno que eso conlleva, ya que no todos han sido capaces
de guardarlas en su hogar, no es mi caso, como ha podido observar por las
pruebas aportadas por la policía tras los continuos registros, pero no es esto
en lo que se basa mi alegato de inocencia, señoría, ya que, como he insistido
en varias ocasiones, lo que ha movido mi espíritu, y que ustedes, señoría y
señores del jurado, consideran un sacrilegio, es tener la colección más
sorprendente, y no me negarán que lo he conseguido, valga la modestia, y quiero
dejar claro que el fin es epatar a mi sucesor, para que cuando llegue su turno se
encuentre en la disyuntiva de renunciar a seguir con la tradición o buscar
algún elemento coleccionable que sea mejor que el mío, cuestión difícil por
otra parte, y permita que sonría, sé que usted se está preguntando qué ocurre si
no existe ese primogénito, quién continúa con el rito, no existe ningún
problema, todo está controlado, ya sabe que yo no tengo hijos, por lo tanto la tradición
indica que debe recaer en el primogénito de mi hermano mayor, el pobre ya se
está devanando los sesos para encontrar un objeto curioso que supere a los
míos, no me gustaría estar en su lugar porque sé que es una tarea ardua, de
hecho, mi colección de libros raros es de las mejores del mundo y el último
ejemplar, el que me ha traído hasta su presencia y ante este jurado, fue el
mayor estímulo para culminar mi labor, no me mire con esa cara, señoría, estoy
seguro de que a usted como al resto del jurado les gusta que su trabajo sea
perfecto, y yo no soy una excepción, y permita que añada, antes de que se me
olvide, que mi idea partió de la lectura de otro libro, qué casualidad, el
denominado “La biblioteca del loco” escrito por Edward Brooke-Hitching, que cambió
mi visión del coleccionismo, ¡ah!, qué maravilla de descubrimiento, yo que
hasta este momento me había paseado como un obseso por las librerías de viejo,
analizando ejemplares antiguos, viajando por medio mundo, gastando mi precaria
fortuna para crear una colección insuperable, hasta que ese libro llegó a mis
manos y me di cuenta de que me quedaba una posibilidad que no había tenido en consideración,
y que debía ponerme a trabajar incluso antes de tener el libro más raro jamás
escrito: ¡partituras!, cómo no lo había pensado antes, yo, un amante de la música,
asiduo a los conciertos, así que me encontré dándole vueltas a la idea, me puse
en contacto con una compositora, preciosa, a la que no tardé en seducir, espero
que nadie dude de mis encantos masculinos, por dios, que no son menos
importantes que mis encantos intelectuales, y ella, sin saber cuál era la
verdadera razón de mi interés, se mostró feliz, incluso apasionada, la ingenua,
y todo vino rodado, y en nombre del amor se dejó hacer y yo conseguí las partituras
más sublimes jamás escritas, pese a lo que digan, pese a la censura, pese a
todo, porque ella se dejó en esos pentagramas toda su inteligencia, su
experiencia y, aunque por sus gestos sé que les resulta macabro, también se
dejó la piel, disculpen que sonría, pero el recuerdo de cómo se gestó esta
maravilla me llena de ternura, ¡ah! La sigo viendo sentada al piano, horas,
días, semanas, componiendo lo que iba a ser su mayor legado, tan feliz, tan
inocente, porque yo nunca le dije en qué iba a consistir esa herencia para la humanidad,
y cuando lo finalizó, su felicidad fue un éxtasis, señoría y señores del jurado, corrimos a abrir
varias botellas de vino, del que a ella le gustaba, y ella, henchida de gozo,
quiso que su obra se titulara: “La consagración del amor”, un poco cursi me
pareció, pero acepté, era imposible negarse, y entre copas y arrumacos el
somnífero hizo su efecto y la llevé, con toda mi gratitud hasta el laboratorio
que había construido en el sótano de mi casa, cerrado con llave, con la excusa de
la conservación de las colecciones familiares y allí, con todo cuidado, tras días
y días de trabajo, trasladé las partituras sobre su piel que fueron absorbidas
con la delicadeza que requería la composición y, fíjense, estoy satisfecho
porque ella sigue estando presente, no solo en estas partituras únicas, ¡ah!, les
noto sorprendidos, no deberían, ustedes son personas inteligentes y han adivinado,
sí, lo tienen ante sus ojos, mis memorias, el último libro de mi colección, único
en el mundo, textos escritos a mano, con plumilla, encuadernadas como las
partituras, ¿no creen que es un acto de amor?, ella me lo ofreció todo y yo me
limité a tomarlo, sé que me creen un loco, un asesino, un demente capaz de
cualquier cosa por llevar mi colección a lo imposible, para que mi sucesor
renuncie a seguir con esta pasión desbordante que nos envenena a toda la familia,
a que sea consciente de que jamás, nunca, alcanzará la belleza de la mía. Y
aquí termino mi alegato, señoría, le ruego que lleven unas flores a su tumba y
que, durante ese momento, suene alguna de sus sublimes composiciones.