Elena Casero Viana, durante la entrega de premios en el CaixaForum València. FUNDACIÓN "LA CAIXA"
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viernes, 4 de julio de 2025
jueves, 29 de agosto de 2024
UNA NOCHE EN EL PÁRAMO-
(Imagen creada con I.A)
UNA NOCHE EN EL PÁRAMO
Estaba acostado en la cama, que le parecía, vista desde
su lado, un páramo de soledad. Luisa se había llevado su almohadón que era de
distinto relleno que el suyo, el mismo que se trajo cuando decidieron convivir.
Al ver la cama descabezada pensó, por entretenerse en algo, que era un animal
de dos cabezas, como aquél que había visto en una película hacía unas semanas y
que causaba estragos entre los campesinos de una ignota región, hasta que el
más valiente de todos ellos se la segaba de un tajo certero. Llevaba más de una
hora acostado y el sueño se mostraba reacio. Ya había notado que el insomnio se
había aferrado a sus noches como un vampiro. Él mismo se despertaba con el
retumbo de sus ronquidos, (Luisa tenía razón), aunque él no quisiera aceptarlo,
y abría los ojos sobresaltado, se levantaba de la cama y se iba al cuarto de baño. Después, conciliar el
sueño era todo un logro.
Desde que se había acostado no paraba de dar vueltas,
como si se revolcara en la frialdad del páramo. Se aferraba al almohadón,
giraba en redondo, se enredaba en las sábanas, las arreglaba, se arrebujaba
entre ellas porque la noche estaba siendo fresca y la ausencia de Luisa
congelaba las sábanas y su propio cuerpo.
Y el sueño se alejaba. No quería contar ovejitas para dormirse, no tenía
ganas de leer, no solía escuchar la radio y se puso a pensar, para encontrarse
con el sueño. Pensó en sus padres, ya fallecidos, en sus hermanos, pero eran
sólo dos y acabó pronto. Después centró sus pensamientos en Luisa, en el hueco
dejado por su almohadón, en su cuerpo, pero eso no era aburrido, todo lo
contrario, le excitaba. Si tuviera hijos podría pensar en ellos, pero no los
tenía. Luisa no quería, alegaba que todavía era muy joven y no quería
responsabilidades. Pero él sabía que era otra excusa, suave pero
incomprensible, porque la vida está llena de responsabilidades que no siempre
se pueden eludir. Ella se había ido porque él no quería casarse, porque habían
discutido y él se había mostrado inflexible.
Por eso se había marchado y en su lugar había dejado el hueco del
almohadón. Cuando se conocieron, él ya roncaba y ella lo sabía.
Padres, hijos, hermanos, mujer: el camino de la vida, la
línea natural de la concepción, amor, sexo, actividad, espermatozoides. Este podía ser un tema aburrido para
conciliar el sueño. Dio un nuevo giro en la arena del páramo, quedó boca abajo,
con el cuerpo extendido sobre la sábana bajera y los brazos en cruz.
Echaba de menos a Luisa, a su almohadón, al cepillo de
dientes, a la ropa interior que se había llevado, a su cuerpo, tendría que
hacer algo con los ronquidos, ir al médico, operarse de la nariz, o del alvéolo
del paladar, que también era una solución. Debería pensar seriamente en el
matrimonio si quería que ella regresara. Luisa solía arrimarle los pies cuando
tenía frío. Él siempre los tenía calientes, pero las manos frías, y ella lo
rechazaba cuando se las ponía sobre el pecho, sobre todo si estaba dormida.
Hijos, hijos, sentía su ausencia con más fuerza que la de
ella, probablemente porque no los tenía. ¿Cómo los habrían hecho de haberlos
tenido? ¿Los habrían concebido en esta cama? ¿En un hotel? ¿En el campo, como
hacían a menudo? Luisa lo habría sabido enseguida, los hombres no nos
preocupamos de esas cosas, se dijo, sin embargo, ellas lo saben con una
seguridad que intimida. Y él, ¿Cuándo fue concebido? ¿Dónde? ¿A qué hora? ¿Qué
postura utilizaron sus padres? Le preocupaba este detalle, aunque pareciera insignificante,
porque había leído que la postura incide en el carácter del neonato. Giró el
cuerpo de nuevo sobre la sábana, se quedó boca arriba con las piernas abiertas
en aspa, los brazos pegados a lo largo del cuerpo. Le hubiera gustado saberlo
pero no le podía preguntar ese detalle a su madre porque estaba muerta y a su
padre tampoco por la misma razón. ¿Cómo lo harían ellos? ¿Con camisón, su
madre? ¿Con pijama, su padre? ¿A oscuras? ¿Habría conocido su madre el placer
que decía sentir Luisa cuando lo hacían? ¿Lo fingiría, o simplemente se dejaría
hacer porque era su obligación conyugal? Y la imagen, sin querer, acudió a su
mente. Recordaba el dormitorio de sus padres, la cama antigua con el cabezal de
madera labrada y colcha de ganchillo, el armario oscuro, de doble puerta y
espejos frente a los pies de la cama, ¿se verían reflejados en ellos los días
de verano, cuando apretaba el calor y se retiraban a dormir la siesta? ¿O
cerrarían las ventanas para salvaguardarse de miradas indiscretas?
Y la escena: su padre encima, no podía imaginar a su
madre de manera distinta, eran otros tiempos, no como ahora, a Luisa le gusta
más estar encima porque así domina, su padre jadeante, la calvicie perlada de
sudor, la cara lustrosa, su madre
mirando al techo, esperando a que terminara la sesión. Veía el cuerpo en febril
funcionamiento, la emisión de líquidos, gemidos, los espermatozoides corriendo,
veloces, agitando la cola para llegar los primeros a la meta, peleándose entre
sí como animales por la presa. Se imaginó a sí mismo como un espermatozoide con
bigote, ligeramente calvo y algo barrigón corriendo desesperado hacia el óvulo
que se abría ante él excitado, sudoroso entre los líquidos vaginales que le
hacían resbalar. Sintiendo el vértigo de mirar hacia atrás, hacia el precipicio
oscuro del túnel que le llevaría de vuelta a ningún lugar, porque él ya sabría,
como saben todos los espermatozoides medianamente despabilados, que si se
pierde la oportunidad de alcanzar el óvulo no se puede regresar a la bolsa
originaria, al nido que te vio nacer y se estrellan contra la carne que los ha
expulsado, y allí se reencuentran con los compañeros caídos en la misma
carrera, avergonzados de sus fuerzas, de su agilidad, de su entereza,
soportando la ridiculez de abandonar la carga genética en cualquier lugar.
Porque él, como espermatozoide, también sabría porque siempre hay cotilleos e
infiltraciones en cualquier sociedad, que su vida podía finalizar en una mano,
en la tela olorosa de un calzoncillo, entre los dientes de una cremallera, en
un pañuelo, o lo que era peor y más denigrante: fenecer definitivamente en una
catarata jabonosa, desahuciado sin consideración de las entrañas femeninas.
Pero él no era de los que fracasaban. De lo contrario no
estaría ahí, tumbado sobre la cama, revolcándose en el frio erial pensando en
Luisa. Él, como espermatozoide, fue el que alcanzó su objetivo: el óvulo
dispuesto a ser perforado, ese es el sino masculino: perforar, como
infatigables mineros, para convertirse, a partir de dos gametos, en un ser
humano, el mismo que ahora padecía insomnio, el mismo que Luisa había
abandonado por sus ronquidos o porque no se quería casar. Se percibió en
perfecta comunión con el óvulo escogido aportando cada cual su carga genética,
la multiplicación de las células, el crecimiento lento y perfecto en el vientre
de su madre, flotando en la placenta, y dieron las dos en el reloj de la
iglesia cercana.
El espermatozoide había dejado de ser, no existía como
tal, el bigote lo había donado, junto con sus otros rasgos, al óvulo que lo
había acogido en su interior. Realizó el viaje iniciático al interior de su
propia creación, tal como lo había visto en televisión, como si fuera ahora una
diminuta cámara láser atravesando la bolsa de líquido amniótico, sintió en sus
carnes la humedad del fluido y dieron las tres en el despertador. Se vio crecer
y crecer con la pausa y el orden con que la naturaleza actúa, y entre tanto le
dieron las cuatro. Empezó a sentir un terrible aburrimiento porque a él lo
natural siempre le había parecido muy tedioso, lo contrario que a Luisa que era
una ecologista convencida, algo cerril para él, que se empeñaba en ir al campo
los fines de semana, con lo entretenida que era la ciudad. Al recordar los
paisajes bucólicos que Luisa le mostraba, los ojos empezaron a cerrársele y fue
cayendo en un dulce sopor sin haber modificado su anterior postura:
despanzurrado en la cama, con las piernas en aspa, los brazos abiertos, el
derecho ocupando el hueco sombrío del almohadón de Luisa y el izquierdo que
caía desmayado por el borde de la cama. No se percató de que el aburrimiento le
había alcanzado en los ojos cuando las campanadas del reloj de la iglesia daban
las seis.
Roncó como una fiera salvaje, como le recordaba Luisa
constantemente, y cuando soñaba que iba con ella paseando por el campo, cogidos
de la mano, con un ramillete de flores amarillas en la mochila, con cara de
aburrimiento, añorando la ciudad, el bullicio de la vida de sus calles, la
polución de los coches, su existencia de solitario, la paz de su casa sin
niños, los cajones sin ropa interior femenina y la cama para él solo.
Y en ese momento de inalterable felicidad, las manecillas
del reloj se unieron en un abrazo en el número siete.
martes, 5 de marzo de 2024
sábado, 20 de enero de 2024
miércoles, 13 de septiembre de 2023
DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL.
También en septiembre, los vecinos habituales marchan cada día, temprano, antes de que el sol agobie, a la vendimia. Durante unas horas la aldea queda más vacía que de costumbre.
Los primeros días, hasta que el oído se acostumbra, el silencio es espeso, como si se hubiera acabado el mundo. Quizás, solo quizás, se puede añorar el bullicio urbano como un espejismo del mundo habitado hasta que aspiras olores, escuchas el canto de los pájaros, incluso el del puñetero grillo que no tiene horario y acabas por reconciliarte con esa soledad buscada.
miércoles, 7 de junio de 2023
DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL -
Hace muchos meses que no escribía nada. Aquí el tiempo va a su propio ritmo, unas veces parece circular y otras cuadriculado.
Hemos tenido sequía, lluvia en abundancia sin causar daños. Y hemos tenido, como en todas partes, elecciones municipales.
Esto no es la España vacía, (aún) pero sí al España ninguneada, olvidada incluso por las entidades que tenemos más cercanas. Los programas electorales se repiten, las promesas, los beneficios si votas a unos o a los contrarios. Votamos. Y esperamos cuatro años más para comprobar que, efectivamente, lo prometido no se suele cumplir.
Ser pedanía es casi peor que ser un barrio de una ciudad.
jueves, 12 de enero de 2023
EL BRILLO DE LA SEDA -Relato finalista en el concurso de RNE y la Caixa
Leonor:
Anoche, vencido por
el cansancio, en esos instantes en que el cuerpo comienza a ser ligero y la
mente un revoltijo de ideas inconexas, poco antes de que el sueño me alejara
del mundo, pensé en ti. Debería considerarlo como un suceso extraordinario ya
que rara vez eso me sucede. El cerebro, ese músculo prodigioso que no siempre nos
previene de los recuerdos ingratos para evitar que caigamos en la locura y lo
arrastremos a la nada, me devolvió un fragmento de mi pasada vida, un resto que
llegó a la orilla de mi memoria, como la crujiente ola que araña la arena.
Entre
ese revoltijo y los restos del naufragio apareció la foto y me hizo recobrar
Te
hablo, por si lo has olvidado, de aquella foto que te hice hace muchos años y que
formaba parte del proyecto para la exposición de la galería de arte, una
recopilación de mi obra de los últimos diez años. ¿Lo recuerdas ahora? Deberías hacerlo. Fueron
largas noches de montaje en el laboratorio, noches de insomnio, cenas y
desayunos a deshoras. Eso fue mucho antes de que el laboratorio fuera
sustituido por un ordenador, una impresora de alta resolución y el revelado digital.
Sí, deberías recordarlo porque tú recogiste el premio en mi nombre.
Esta
mañana la he buscado. He tardado un poco en dar con ella. Hasta el punto de
pensar que la había perdido.
No. No
debo mentir. Aquello se acabó. Ya me he acostumbrado a no disfrazar la verdad (más
que lo estrictamente necesario) por mi salud mental. No te voy a engañar: la foto está en mi
estudio, en uno de los estantes de la derecha, aquel donde tú solías dejar tu
cuenco de plata con un cúmulo de colillas abolladas, perfiladas de carmín al
lado de toda la quincallería que repartías por tu exquisito cuerpo.
Lo
cierto es que durante mucho tiempo tuve la foto escondida para no remover
rescoldos y llenar mi corazón de cenizas. Cuando creí que podía tomarla de
nuevo entre mis manos y mirarla sin sentir que el ácido me llenaba la boca, la
volví a exponer a la mirada de todo aquel entrara en casa (que nunca era mucha
gente). Ya sabes que todos pensaban que era una foto perfecta, aunque tú
afirmaras que hubiera quedado mucho mejor si en lugar de tus piernas hubiera
estado tu cara.
Es la
única fotografía. La única que existe de tu paso por mi vida. Me dejaste un huracán
de recuerdos y pesadillas.
El
armonioso contraste entre la tenue luz de aquella farola empañada de humedad
que revoloteaba sobre tu tobillo izquierdo, el que estaba retrasado en tu paso satisfecho
y la sombra con que tu falda suavizaba la costura de la media, me sigue
fascinando. A escasos centímetros del suelo el tacón se alzaba recto y
decidido. La seda negra despedía débiles guiños de luz que llamaban la atención
de los viandantes. Después me observaban con curiosidad y cierta envidia mientras
seguía con mi cámara de fotos el halo lúbrico de tus piernas.
Contemplé
la foto durante unos minutos. Me sigue pareciendo hermosa (a pesar de todo),
una pequeña obra de arte, el resultado de horas de insomnio hasta lograr el efecto
deseado. Meditando sobre ella durante la noche, una vez incapaz de conciliar
del sueño, llegué a la conclusión de que si la especie humana fuera capaz de
leer los mensajes que contienen los pequeños detalles nos daríamos cuenta de que
algunos son premonitorios. Si lo hubiera sabido entonces me
hubiera ahorrado unos cuantos disgustos. ¡Qué fácil me resulta hablar ahora que
ya soy capaz de observarla alejándome de su significado!
Desde
el principio, desde antes de su revelado, cuando mi ojo estaba pegado al visor,
la encontré cargada de tentaciones. Por un lado, la noche, el abrigo de la
oscuridad que envuelve la vida en irrealidad, cuando todo adquiere una
dimensión distinta en el mundo; en otro plano, las piernas de una mujer que se
aleja caminando, dejando tras de sí, a sus pies, con indiferencia, unos objetos
que parecen haber sido rechazados (una taza con su platillo, un sobre abierto y
su contenido apresado bajo el tacón que rasga el asfalto), quién sabe si por
inservibles, por despecho o por cansancio.
Pocos meses
después de recibir el premio los pequeños detalles se me revelaron con su carga
de indescifrables mensajes: la taza se hizo añicos al resbalarse de entre mis
manos, el sobre apareció cerrado sobre la mesa del ordenador y su contenido me
rasgó el alma.
Y me
persigue ese mismo sentimiento cada vez que miro la foto en la que tus piernas parecen
querer desvanecerse y sólo quedamos a su alrededor los objetos inservibles.
miércoles, 2 de noviembre de 2022
FINALISTA CONCURSO RELATOS MAYORES DE 60 AÑOS - RNE
Los relatos El brillo de la seda y Órgano de fuego, y el microrrelato Palabras de los valencianos Elena Casero Viana, V. Javier Llop Pérez y Mª Luisa Pérez Rodríguez, respectivamente, sobre el amor, las huellas del paso del tiempo y las relaciones familiares, han resultado finalistas del certamen. En la Comunitat Valenciana se han presentado 213 relatos y 97 microrrelatos.
lunes, 24 de octubre de 2022
RELATOS BIBLIOTECARIOS - Día de las bibliotecas
El mío se basó en esta portada: La biblioteca del loco.
Lo más sublime
miércoles, 6 de abril de 2022
Lectura pública en un llogaret: l’experiència de Los Isidros (Requena)
Ya ha pasado mes y medio desde aquella Trobada de Bibliotecarios en Requena. Tiempo suficiente para repasar los recuerdos y digerir los resultados.
Me invitaron a participar para contar, en pocos minutos, creo que fueron escasamente quince, cómo funciona el llamado Punto de lectura de Los Isidros.
El lugar del encuentro, la Iglesia de San Nicolás de Requena. Una iglesia reconstruida y dedicada a eventos culturales, con una hermosa cúpula acristalada para sustituir la piedra.

Fui la penúltima en intervenir. Los anteriores tampoco anduvieron con mucho margen para exponer sus proyectos, realizados o no. Había que contarlo todo de una manera un tanto apresurada.
Comenté la lejanía de la biblioteca del centro urbano de la aldea. La nula visibilidad desde el exterior. Solución: que los niños del colegio pinten un mural. ´
Me invitaron a participar para contar, en pocos minutos, creo que fueron escasamente quince, cómo funciona el llamado Punto de lectura de Los Isidros.
El lugar del encuentro, la Iglesia de San Nicolás de Requena. Una iglesia reconstruida y dedicada a eventos culturales, con una hermosa cúpula acristalada para sustituir la piedra.

Era la primera vez que asistía a una trobada de bibliotecarios. Fue muy interesante saber cómo se maneja el tema de las Bibliotecas públicas tanto en Castilla y León como en Castilla la Mancha. Saber cuáles son las reivindicaciones de las personas, en su mayoría mujeres, que se encargan de las bibliotecas.
Pude comentar el tema de la biblioteca de la aldea con dos concejalas: la de Cultura y la de Educación e Inclusión.
Mi petición para cambiar la ubicación de la biblioteca, impensable.
Las condiciones del interior en el edificio: el frío.
Solución: compartir calefactores con el centro social.
Presupuesto: ninguno. Dependemos de la concejalía de aldeas a través del alcalde pedáneo.
Después de mi intervención, de la supuesta originalidad de este punto de lectura, de que sea una persona, por propia voluntad y amor al arte, se dedique a gestionarlo, nadie de los intervinientes me preguntó, ni se interesó por nada. Solo recibí apoyo por parte de los bibliotecarios que se ofrecieron a cederme libros.
jueves, 2 de diciembre de 2021
DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL - EL ABURRIMIENTO
Llevo viviendo en la aldea más de dos años. Lo que, en principio, iba a ser un camino de ida y vuelta a la ciudad con temporadas aquí y allá, se ha convertido en una estancia definitiva.
Bajamos a Valencia para asuntos puntuales: librerías, comidas con amigos, compras varias, conciertos o teatro y repaso a la casa.
Hay gente que nos dice que nos envidia por vivir en un lugar pequeño, rodeado de naturaleza, tranquilo, sin los agobios propios de una gran ciudad. Valencia lo es, una gran ciudad que se ha crecido mucho en las últimas décadas.
También hay gente que se sigue extrañando de que hayamos elegido esta vida, como si nos hubiéramos ido a una isla desierta y nos preguntan, con bastante insistencia, cuándo regresamos a la ciudad.
Una conocida se sorprendió de que pudiera recibir correos electrónicos aquí. Tuve que recordarle que incluso tenemos agua corriente.
Hace unos días, una amiga me miró, muy seria, y me dijo: Dime la verdad, ¿no te aburres allí? ¿No te apetece ir a ver escaparates?
Nada es idílico.
Nos conocen más a nosotros, que nosotros a los demás. Llevamos adherida la costumbre de no entrometernos en la vida ajena. Pregunto e indago si quiero escribir algo sobre la vida y misterios de sus convecinos. Eso sí que me gusta.
Hay también una cierta prevención hacia los foráneos. Una predisposición inicial a proteger sus costumbres, como si temieran que fuéramos a colonizarlos. Predisposición que se va mitigando con el conocimiento, mutuo. Y el respeto, mutuo, también.
Hoy he ido de entierro. Continúa la tradición de despedir al finado en el cementerio. Hacer el recorrido, detrás del coche, a pie por las calles del pueblo. Un hombre joven, demasiado joven para marcharse. Me ha sorprendido el silencio de estos dos últimos días en las calles, como si la tristeza nos hubiera cubierto a todos.
sábado, 23 de octubre de 2021
DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL- 101 RELATOS BIBLIOTECARIOS
En bastantes ocasiones he participado con algún relato en un libro colectivo. En este caso, como en otro anterior, los beneficios van destinados a fines sociales a través de una asociación.
Esta es la primera vez que lo hago en calidad de "bibliotecaria", actividad a la que llegué de casualidad, y participo con un texto basado en esta historia.
Edward Brooke-Hitching. The
Madman’s Library: The Strangest Books, Manuscripts and Other Literary
Curiosities from History. Simon & Schuster, 2020. ISBN 978-1-79720-730-8
Carezco de formación como bibliotecaria o archivera. Lo mío, en este caso, es una mezcla de amor al arte e inconsciencia.
La biblioteca se ha creado casi de la nada, a partir de una sugerencia mía, y la insistencia de los alcaldes anteriores, con una bonita estantería de madera, regalo del ayuntamiento de Requena, un local recién reconstruido y unas docenas de libros. Desde aquel día, pandemia incluida, casi soledad administrativa. Gracias a las amistades nos hemos hecho con cerca de mil libros y mi empeñado para conseguir más estanterías y algunos libros que buenamente nos han cedido de la Biblioteca de Requena. Disfruto entre libros, unas veces aconsejo a las lectoras, otras ya saben lo que buscan. No son muchas, pero suficientes para seguir con las puertas abiertas el tiempo que sea preciso.
Y este es el relato incluido en el libro 101 Relatos bibliotecarios, de la editorial Vinatea.
LO MÁS SUBLIME
¿Sabe, señoría?
Desde hace generaciones mi familia ha vivido obsesionada por el coleccionismo, esa
bendita idea que tuvo mi antepasado,
allá por el siglo XVIII, a quien se le ocurrió coleccionar mondadientes, sí, no
se ría, palillos de todo tipo, redondos, cuadrados, de madera, de hierro, sin
usar y usados y, aunque le pueda resultar sorprendente, logró una cantidad
considerable que guardó en varias cajas de madera, entenderá su señoría que, a
pesar de que no todos llegaron en buen estado a su sucesor, ya que los bichos
se encargaron de destruirlos, no fue óbice para que se iniciara una nueva
colección, en este caso se trató de cucharillas de café o de postre que alcanzó
la cantidad de cuatrocientas que están en mi poder, porque, discúlpeme, creo
que no le he dicho que todas las colecciones van pasando de un primogénito al
siguiente, con el trastorno que eso conlleva, ya que no todos han sido capaces
de guardarlas en su hogar, no es mi caso, como ha podido observar por las
pruebas aportadas por la policía tras los continuos registros, pero no es esto
en lo que se basa mi alegato de inocencia, señoría, ya que, como he insistido
en varias ocasiones, lo que ha movido mi espíritu, y que ustedes, señoría y
señores del jurado, consideran un sacrilegio, es tener la colección más
sorprendente, y no me negarán que lo he conseguido, valga la modestia, y quiero
dejar claro que el fin es epatar a mi sucesor, para que cuando llegue su turno se
encuentre en la disyuntiva de renunciar a seguir con la tradición o buscar
algún elemento coleccionable que sea mejor que el mío, cuestión difícil por
otra parte, y permita que sonría, sé que usted se está preguntando qué ocurre
si no existe ese primogénito, quién continúa con el rito, no existe ningún
problema, todo está controlado, ya sabe que yo no tengo hijos, por lo tanto la tradición
indica que debe recaer en el primogénito de mi hermano mayor, el pobre ya se
está devanando los sesos para encontrar un objeto curioso que supere a los
míos, no me gustaría estar en su lugar porque sé que es una tarea ardua, de
hecho, mi colección de libros raros es de las mejores del mundo y el último
ejemplar, el que me ha traído hasta su presencia y ante este jurado, fue el
mayor estímulo para culminar mi labor, no me mire con esa cara, señoría, estoy
seguro de que a usted como al resto del jurado les gusta que su trabajo sea
perfecto, y yo no soy una excepción, y permita que añada, antes de que se me
olvide, que mi idea partió de la lectura de otro libro, qué casualidad, el
denominado “La biblioteca del loco” escrito por Edward Brooke-Hitching, que
cambió mi visión del coleccionismo, ¡ah!, qué maravilla de descubrimiento, yo
que hasta este momento me había paseado como un obseso por las librerías de
viejo, analizando ejemplares antiguos, viajando por medio mundo, gastando mi
precaria fortuna para crear una colección insuperable, hasta que ese libro
llegó a mis manos y me di cuenta de que me quedaba una posibilidad que no había
tenido en consideración, y que debía ponerme a trabajar incluso antes de tener
el libro más raro jamás escrito: ¡partituras!, cómo no lo había pensado antes, yo,
un amante de la música, asiduo a los conciertos, así que me encontré dándole
vueltas a la idea, me puse en contacto con una compositora, preciosa, a la que
no tardé en seducir, espero que nadie dude de mis encantos masculinos, por
dios, que no son menos importantes que mis encantos intelectuales, y ella, sin
saber cuál era la verdadera razón de mi interés, se mostró feliz, incluso
apasionada, la ingenua, y todo vino rodado, y en nombre del amor se dejó hacer
y yo conseguí las partituras más sublimes jamás escritas, pese a lo que digan,
pese a la censura, pese a todo, porque ella se dejó en esos pentagramas toda su
inteligencia, su experiencia y, aunque por sus gestos sé que les resulta
macabro, también se dejó la piel, disculpen que sonría, pero el recuerdo de
cómo se gestó esta maravilla me llena de ternura, ¡ah! La sigo viendo sentada
al piano, horas, días, semanas, componiendo lo que iba a ser su mayor legado,
tan feliz, tan inocente, porque yo nunca le dije en qué iba a consistir esa
herencia para la humanidad, y cuando lo finalizó, su felicidad fue un éxtasis, señoría y señores del jurado, corrimos a abrir
varias botellas de vino, del que a ella le gustaba, y ella, henchida de gozo,
quiso que su obra se titulara: “La consagración del amor”, un poco cursi me
pareció, pero acepté, era imposible negarse, y entre copas y arrumacos el
somnífero hizo su efecto y la llevé, con toda mi gratitud hasta el laboratorio
que había construido en el sótano de mi casa, cerrado con llave, con la excusa
de la conservación de las colecciones familiares y allí, con todo cuidado, tras
días y días de trabajo, trasladé las partituras sobre su piel que fueron
absorbidas con la delicadeza que requería la composición y, fíjense, estoy
satisfecho porque ella sigue estando presente, no solo en estas partituras
únicas, ¡ah!, les noto sorprendidos, no deberían, ustedes son personas
inteligentes y han adivinado, sí, lo tienen ante sus ojos, mis memorias, el
último libro de mi colección, único en el mundo, textos escritos a mano, con
plumilla, encuadernadas como las partituras, ¿no creen que es un acto de amor?,
ella me lo ofreció todo y yo me limité a tomarlo, sé que me creen un loco, un
asesino, un demente capaz de cualquier cosa por llevar mi colección a lo
imposible, para que mi sucesor renuncie a seguir con esta pasión desbordante
que nos envenena a toda la familia, a que sea consciente de que jamás, nunca,
alcanzará la belleza de la mía. Y aquí termino mi alegato, señoría, le ruego
que lleven unas flores a su tumba y que, durante ese momento, suene alguna de
sus sublimes composiciones.
viernes, 24 de septiembre de 2021
DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL- LA BIBLIOTECA
Desconozco si los sueños tienen caducidad. Este, el de llevar una
biblioteca pequeña, puede que sí. El tiempo tiene la palabra. El tiempo, las
circunstancias, las ganas.
La lectura, dicen, lleva a la escritura. Los libros, la sensación de
abrigo que producen, llevan a querer rodearse de ellos, de las palabras que
contienen, de las historias que nos han hecho sentir que hay otros mundos distintos
al que vemos a diario.
Me gusta, disfruto estando en esta habitación. Los libros no hablan en
voz alta, dan paz. Algunos días me da tiempo a escribir o corregir si no viene
nadie. Las ventanas dan a un espacio grande, un campo de fútbol, donde juegan
los jóvenes, donde ligan, fuman y hacen lo propio de su edad. Hay árboles que
dan sombra en verano y, si hay brisa, acompañan con su melodía.
Tengo una media de diez lectoras. Este verano, por suerte aumentó el número. Ahora está todo parado. En los pueblos el tiempo se mide por el trabajo del campo, por las cosechas. Y ahora es tiempo de vendimia. Cuando acabe, regresarán, como las aves que migran. Y volveremos a hablar de las lecturas que nos gustan, las que no.
Nadie me obliga a estar aquí, nadie me ha presionado para que me haya encargado de una actividad que no siempre está bien considerada. Hay mucha gente que no lee. Me han llegado a decir que, igual que a mí me gusta leer, a ellas les gusta ver culebrones turcos. Todos somos libres de escoger nuestras debilidades.
También es cierto que, algunas veces, la menos, me siento desamparada. La
biblioteca está un poco alejada del núcleo urbano (en el caso de una aldea, ese
núcleo no es inabarcable). No hay ningún cartel que indique su ubicación, como sería
el caso de una farmacia o el horno del pan, o la carnicería. Una biblioteca no está
incluida entre los productos de primera necesidad. No para mí, claro.
Todo se andará. En este momento, hay 1.050 libros. Una cantidad
considerable teniendo en cuenta que todos han sido donados. No hay presupuesto
para comprar novedades, ni libros de segunda mano. Hay que lidiar con lo que
hay. Hasta con el olvido de aquellos que la impulsaron.
Y con lo que hay, hemos podido hacer charlas con autoras, una presentación y alguna más que vendrá porque, en el fondo, las lectoras tienen ganas de conocer a la persona que hay detrás de ese nombre de la portada.
Lo que siempre queda es la satisfacción de que alguna de las lectoras te den las gracias por acercarles los libros. Eso compensa cualquier momento de desesperanza.
He de poner algún ambientador para quitar el olor a cerrado.
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