martes, 13 de octubre de 2020

El Charly

 


Al Charly lo sienta la hija en medio del patio de la casa, frente a la puerta de la calle y de espaldas al monte. Le dice que allí es el mejor lugar, el más ventilado, donde el sol es más cálido. Espera, en su cortedad mental, que venga una ventolera de esas que bajan del monte se lleve al viejo al otro barrio, donde debía de estar hace años. Lo que no comprende la hija es que el viento seco está amojamando al Charly y que no se puede desear lo imposible.

El Charly ha sido siempre un «picha brava». Hasta bien cumplidos los ochenta años, antes de que le retiraran el carné de conducir por saltarse todas las señales, pululaba por los puticlubs de la zona, deslumbrado ante tanto seno turgente, toquiteando culos y muslos, mientras con la boca pequeña añoraba a su pobre mujer.

Pobre mujer, una bendita, que no se enteraba o no quería enterarse de las correrías de su marido. ¿Sabría ella que allá en la finca donde trabajaba como bracero se follaba a la hija tonta del capataz? ¿Sería capaz de imaginar la escena de la muchacha, apoyada en el carro, mirando pa Cuenca, comiendo pipas, mientras el Charly se calzaba la bolsa vacía y con esa picha brava se la trajinaba día sí, día no?

Ya se cuidaba el Charly de que no le llegaran las noticias a su pobre mujer.

Ahora se le ha quedado cara de lelo, de bacalao seco. Cuando alguien lo saluda lo mira con esos ojos de pez muerto, achicados entre unos surcos renegridos, sonríe, levanta la mano, la mueve en silencio y llama a la hija.

El Charly no tiene prisa en morirse, en reunirse con su pobre mujer, aunque hace años que decía que le quedaban cuatro días. El yerno está pensando en cambiarlo de sitio, quizás cerca de la chimenea ahora que se acerca el invierno. La leña, ya se sabe, chisporrotea, saltan pequeñas ascuas y el viejo está impedido.

Zenda #historiasrurales



jueves, 8 de octubre de 2020

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL. El otoño

 Han empezado a cambiar los colores del monte, de la vegetación. Las hojas del cerezo van cayendo poco a poco cada día. 


Las viñas, al carecer de fruto, entristecen. 


Adquieren unos colores opacos, entre el granate y el marrón. Cuando les da el sol de frente, ese granate se torna en rojo anaranjado. 





Los frutales también acusan el cambio de estación, aunque no haga frío todavía. Baja la temperatura nocturna pero el sol sigue calentando aunque sin molestar.




Me gusta esta época, hasta el cielo parece diferente. Tiene una luminosidad distinta a la del verano. Las puestas de sol son espectaculares. Una gozada para la vista mientras se camina por el monte. 




Da más ganas de recogerse a leer, a escribir o a cualquier otro menester dentro de la casa.