miércoles, 24 de junio de 2020

DIARIO DE UNA ESCRITORA (cada vez menos) RURAL.


Echo de menos a la Eulalia, la pregonera. 
La Eulalia era una mujer menuda, recogida sobre sí misma, vestida de negro, hasta el pañuelo que tapaba sus canas. Cuando había pregón, se situaba en las esquinas de varias calles, en la plaza, a la puerta de la iglesia, hacía sonar la trompetilla y salíamos a escuchar lo que tenía que anunciarnos.
La Eulalia murió hace muchos años. El progreso la sustituyó por altavoces repartidos por la aldea. Es más acertado decir: mal repartidos.
Desde el centro social se emite el mensaje, precedido de una sintonía que se repite tres veces, que lee una mujer del pueblo.
Hay dos sintonías ya consolidadas. 
Si se trata de un fallecimiento, suena José Manuel Soto (sí, el mismo, ese que se salta el confinamiento cuando le sale de los cataplines)
Si tenemos mercado ambulante, ya sea fruta, melones, sandías, patatas o bragas de dos euros, nos avisan a través de Estopa.
Echo de menos a la Eulalia porque se le entendía mucho más que a la pregonera actual. Hoy no nos hemos enterado muy bien de lo que ha dicho. No sabemos si ha cesado el hornero o se ha muerto. El caso es que no había pan.
La mujer vocaliza mal, lee sin ganas, sin énfasis, en un tono plano y nasal que hace que sus palabras desaparezcan en las vibraciones de los altavoces.
El hornero no se ha muerto. Quizás lo han cesado. 
El lunes vino la Guardia Civil a por él. Comentan que acusado por su mujer de malos tratos.
Y luego dicen que aquí nunca pasa nada.


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