domingo, 14 de junio de 2020

DIARIO (ABANDONADO) DE UNA ESCRITORA RURAL


Me preguntan, ¿cuándo vuelves a Valencia?
Se extrañan de mi respuesta: No lo sé, no tengo ganas.
Sé que mucha gente no lo entiende. ¿Cómo es posible que prefiera vivir en una aldea que en la ciudad?
En un lugar donde no hay nada, donde nunca pasa nada (y no lo digo por mi novela)
Y yo les digo que están equivocados. Allá donde hay gente, siempre ocurre algo.
Hemos tenido un confinamiento tranquilo. Todos o casi todos, hemos respetado las normas, las instrucciones, las distancias físicas. La parte social ha sido compensada por las redes sociales, por las colas para entrar en el supermercado, en la carnicería o en la farmacia. En esos momentos llegaban las conversaciones, los estados de ánimo, los chascarrillos, las ganas de hablar.
En algún momento añoré tener un perro. Era la excusa perfecta para salir a pasear. Curiosamente, en un pueblo como este, a los perros se les abre la puerta de la casa y cagan y mean donde se les antoja. A veces, debajo de mi ventana.
Alguna vez nos hemos escapado. Hemos salido por una senda hasta el montecillo cercano. En silencio, como delincuentes, escondiéndonos detrás de las matas al escuchar el sonido de un coche. Pocas veces, en realidad.
Cuando paro de teclear, giro la vista hacia mi derecha y veo el monte. Está verde, mucho, más que otros años. Quizás haya sido la ausencia de huellas humanas o la lluvia de abril. También veo dos moscas, habitantes insistentes de este inicio de calor. Veo las nubes, el cielo azul. Los buitres cuando sobrevuelan a tanta altura estos cielos sin aviones.
Esta es la parte poética. 
¿No echas de menos ir al cine, al teatro, a las presentaciones de libros?
Nos olvidamos de que existen las carreteras, los coches, los autobuses.  Y que las distancias no son insalvables. Que vivir en una aldea no significa aislarse del mundo. Ya no. 
Aquí también hay material para escribir. Ver pasar a un chaval en bicicleta, con un pozal colgando del manillar, oliendo a oveja y con el móvil en una mano escuchando a Joselito a todo trapo, no tiene precio.


2 comentarios:

  1. Me gusta tu forma de mirar.
    Y tus "escapadas".

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  2. Yo tampoco volvería. Yo cambiaría todo elbruido, los coches, ka locura urbana por esa oaz, por ese asomarse a la ventana y ver el campo. Me gusta además, cómo lo cuentas

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