Franco, que era un señor con bigote que tenía un doble en mi calle, aunque él no lo sabía porque cuando venía a Valencia no se mezclaba con los pobres por si acaso le contagiaban alguna penalidad o un retortijón de hambre, siempre hablaba por la radio. Lo escuchábamos en la Telefunken que tenía luces intermitentes de colores y botones redondos.
Pero
de todo eso, de lo del doble de mi calle, de escuchar la radio y de que
teníamos goteras en casa, nunca se enteró porque mi padre y él no eran amigos.
Cuando tuvimos televisión Franco llevaba el mismo bigotillo que en las
fotografías, aunque tan ralo que parecía un batallón de hormigas viejas. Pero
seguía yendo bajo palio, construyendo casas mal hechas para los pobres o
firmando sentencias de muerte. Y salía en el NO-DO junto a la señora sarmentosa
que lucía collares que le estrangulaban los sentimientos.
Por
las mañanas el sol, la música clásica y la voz canora de mi madre llenaban los resquicios
de las paredes, las costuras de su delantal o las hojas de los libros de
cuentas de mi padre. Y, por unas horas, olvidábamos que Franco seguía
inaugurando pantanos.
Relato presentado al concurso de ENTC
(Imagen tomada de internet)
Relato presentado al concurso de ENTC
(Imagen tomada de internet)
Un tiempo gris que no he vivido, pero que retratas con un punto de fina ironía muy tuyo.
ResponderEliminarUn abrazo.