sábado, 23 de octubre de 2021

DIARIO DE UNA ESCRITORA RURAL- 101 RELATOS BIBLIOTECARIOS

 

En bastantes ocasiones he participado con algún relato en un libro colectivo. En este caso, como en otro anterior, los beneficios van destinados a fines sociales a través de una asociación.


Esta es la primera vez que lo hago en calidad de "bibliotecaria", actividad a la que llegué de casualidad, y participo con un texto basado en esta historia. 

Edward Brooke-Hitching. The Madman’s Library: The Strangest Books, Manuscripts and Other Literary Curiosities from History. Simon & Schuster, 2020. ISBN 978-1-79720-730-8


Carezco de formación como bibliotecaria o archivera. Lo mío, en este caso, es una mezcla de amor al arte e inconsciencia. 

La biblioteca se ha creado casi de la nada, a partir de una sugerencia mía, y la insistencia de los alcaldes anteriores, con una bonita estantería de madera, regalo del ayuntamiento de Requena, un local recién reconstruido y unas docenas de libros. Desde aquel día, pandemia incluida, casi soledad administrativa. Gracias a las amistades nos hemos hecho con cerca de mil libros y mi empeñado para conseguir más estanterías y algunos libros que buenamente nos han cedido de la Biblioteca de Requena. Disfruto entre libros, unas veces aconsejo a las lectoras, otras ya saben lo que buscan. No son muchas, pero suficientes para seguir con las puertas abiertas el tiempo que sea preciso. 

Y este es el relato incluido en el libro 101 Relatos bibliotecarios, de la editorial Vinatea.


LO MÁS SUBLIME 

¿Sabe, señoría? Desde hace generaciones mi familia ha vivido obsesionada por el coleccionismo, esa bendita idea  que tuvo mi antepasado, allá por el siglo XVIII, a quien se le ocurrió coleccionar mondadientes, sí, no se ría, palillos de todo tipo, redondos, cuadrados, de madera, de hierro, sin usar y usados y, aunque le pueda resultar sorprendente, logró una cantidad considerable que guardó en varias cajas de madera, entenderá su señoría que, a pesar de que no todos llegaron en buen estado a su sucesor, ya que los bichos se encargaron de destruirlos, no fue óbice para que se iniciara una nueva colección, en este caso se trató de cucharillas de café o de postre que alcanzó la cantidad de cuatrocientas que están en mi poder, porque, discúlpeme, creo que no le he dicho que todas las colecciones van pasando de un primogénito al siguiente, con el trastorno que eso conlleva, ya que no todos han sido capaces de guardarlas en su hogar, no es mi caso, como ha podido observar por las pruebas aportadas por la policía tras los continuos registros, pero no es esto en lo que se basa mi alegato de inocencia, señoría, ya que, como he insistido en varias ocasiones, lo que ha movido mi espíritu, y que ustedes, señoría y señores del jurado, consideran un sacrilegio, es tener la colección más sorprendente, y no me negarán que lo he conseguido, valga la modestia, y quiero dejar claro que el fin es epatar a mi sucesor, para que cuando llegue su turno se encuentre en la disyuntiva de renunciar a seguir con la tradición o buscar algún elemento coleccionable que sea mejor que el mío, cuestión difícil por otra parte, y permita que sonría, sé que usted se está preguntando qué ocurre si no existe ese primogénito, quién continúa con el rito, no existe ningún problema, todo está controlado, ya sabe que yo no tengo hijos, por lo tanto la tradición indica que debe recaer en el primogénito de mi hermano mayor, el pobre ya se está devanando los sesos para encontrar un objeto curioso que supere a los míos, no me gustaría estar en su lugar porque sé que es una tarea ardua, de hecho, mi colección de libros raros es de las mejores del mundo y el último ejemplar, el que me ha traído hasta su presencia y ante este jurado, fue el mayor estímulo para culminar mi labor, no me mire con esa cara, señoría, estoy seguro de que a usted como al resto del jurado les gusta que su trabajo sea perfecto, y yo no soy una excepción, y permita que añada, antes de que se me olvide, que mi idea partió de la lectura de otro libro, qué casualidad, el denominado “La biblioteca del loco” escrito por Edward Brooke-Hitching, que cambió mi visión del coleccionismo, ¡ah!, qué maravilla de descubrimiento, yo que hasta este momento me había paseado como un obseso por las librerías de viejo, analizando ejemplares antiguos, viajando por medio mundo, gastando mi precaria fortuna para crear una colección insuperable, hasta que ese libro llegó a mis manos y me di cuenta de que me quedaba una posibilidad que no había tenido en consideración, y que debía ponerme a trabajar incluso antes de tener el libro más raro jamás escrito: ¡partituras!, cómo no lo había pensado antes, yo, un amante de la música, asiduo a los conciertos, así que me encontré dándole vueltas a la idea, me puse en contacto con una compositora, preciosa, a la que no tardé en seducir, espero que nadie dude de mis encantos masculinos, por dios, que no son menos importantes que mis encantos intelectuales, y ella, sin saber cuál era la verdadera razón de mi interés, se mostró feliz, incluso apasionada, la ingenua, y todo vino rodado, y en nombre del amor se dejó hacer y yo conseguí las partituras más sublimes jamás escritas, pese a lo que digan, pese a la censura, pese a todo, porque ella se dejó en esos pentagramas toda su inteligencia, su experiencia y, aunque por sus gestos sé que les resulta macabro, también se dejó la piel, disculpen que sonría, pero el recuerdo de cómo se gestó esta maravilla me llena de ternura, ¡ah! La sigo viendo sentada al piano, horas, días, semanas, componiendo lo que iba a ser su mayor legado, tan feliz, tan inocente, porque yo nunca le dije en qué iba a consistir esa herencia para la humanidad, y cuando lo finalizó, su felicidad fue un éxtasis,  señoría y señores del jurado, corrimos a abrir varias botellas de vino, del que a ella le gustaba, y ella, henchida de gozo, quiso que su obra se titulara: “La consagración del amor”, un poco cursi me pareció, pero acepté, era imposible negarse, y entre copas y arrumacos el somnífero hizo su efecto y la llevé, con toda mi gratitud hasta el laboratorio que había construido en el sótano de mi casa, cerrado con llave, con la excusa de la conservación de las colecciones familiares y allí, con todo cuidado, tras días y días de trabajo, trasladé las partituras sobre su piel que fueron absorbidas con la delicadeza que requería la composición y, fíjense, estoy satisfecho porque ella sigue estando presente, no solo en estas partituras únicas, ¡ah!, les noto sorprendidos, no deberían, ustedes son personas inteligentes y han adivinado, sí, lo tienen ante sus ojos, mis memorias, el último libro de mi colección, único en el mundo, textos escritos a mano, con plumilla, encuadernadas como las partituras, ¿no creen que es un acto de amor?, ella me lo ofreció todo y yo me limité a tomarlo, sé que me creen un loco, un asesino, un demente capaz de cualquier cosa por llevar mi colección a lo imposible, para que mi sucesor renuncie a seguir con esta pasión desbordante que nos envenena a toda la familia, a que sea consciente de que jamás, nunca, alcanzará la belleza de la mía. Y aquí termino mi alegato, señoría, le ruego que lleven unas flores a su tumba y que, durante ese momento, suene alguna de sus sublimes composiciones.





2 comentarios:

  1. Felicidades por la publicación. Ya me estaba oliendo que podría haber algún muerto en esta historia donde se mezclan tu pasión por los libros y por la música. Algo que comparto a mi manera.

    Un abrazo.

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  2. Lo leo hoy. Me encanta y sonrío.
    Absolutamente en tu linea. Es decir, magnífico.

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