Estos tres micorrelatos que aparecen en esta antología, editada por Montesinos con la dirección de Ginés S.Cutillas fueron publicados en el nº 404 de la revista Quimera en Julio de 2017
Intuición
Duerme a mi lado. Observo las aletas de la nariz. Se abren y cierren
con una cadencia suave. Estoy desvelada. Le toco la cabeza. Mueve la mano como
si tuviera un mosquito encima. Se da la vuelta. Ahora veo su coronilla. Me
aburro. Me fijo en su oreja izquierda. Es pequeña, elegante, de estatua de
mármol.
Me asomo a la oreja como quien se asoma a una ventana. Sé lo que hay
dentro. Cerumen, pelillos, huesecillos minúsculos. Me acerco más, hasta que mi
ojo roza el cartílago. Está oscuro ahí dentro. Mi ojo navega en el interior del
oído. Resbala, cae y se golpea en el yunque. A pesar de los tropiezos, va
resbalando hasta concavidades más densas, gelatinosas. Discurre a través de
meandros grises. Comienzo a ver imágenes, en cinemascope y tecnicolor. Unas mesas, sillas que giran. Me parece
incluso oler a café. El sonido opaco de los ordenadores. Atravieso un pasillo.
Hay puertas a los lados. Me detengo ante una de ellas. Se abre. Veo lo que
supongo desde hace meses. Retrocedo. Con las prisas me pierdo en los meandros.
Choco contra las neuronas, que se enganchan en la retina como pulpos. A lo
lejos, un punto de luz.
Me aparto de su oreja y me dejó caer, sofocada por el viaje, en mi
parte de la cama. Él se gira. Abre los ojos. Me mira y sonríe malévolamente.
Tac, tic
Es el último día de trabajo. Entra en su casa. Deja la
cartera de piel. Sale de la cocina. Cierra la nevera, tan vacía como la bolsa
de basura. Vomita. Se desanuda la corbata. Deja el traje de chaqueta en el
suelo. Después sale del baño. El espejo no le devuelve ninguna imagen. Sube la
persiana. Se acuesta. Enciende el despertador.
Tac tic, tac tic, tac tic
Esos raros momentos
del día
Desde
hace días, llevo este extraño pájaro, oscuro e hirsuto como un bigote antiguo, posado
sobre mi hombro. Un perro verde me sigue como un remedo de sombra y se sienta a
mi lado a la hora de cenar. Cuando intento acariciarlo se muestra esquivo y se
marcha durante un rato. Adela, mi mujer, dice que son invenciones mías. Le
contesto que sí y, de un manotazo, la hago desaparecer.
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