La madre le promete que dentro de poco le comprará
aquellos pantalones y el suéter del escaparate y las zapatillas de color rojo.
La niña imagina que todos esos artículos que la madre menciona van dentro de
las bolsas que las señoras y las chicas de su edad llevan en las manos al salir
de las tiendas.
La calle está febril de tanta luz, tanto color,
tantas voces juntas que proclaman la felicidad, el amor al prójimo, y esa
palabra tan almibarada: solidaridad.
Es la época de ello. De decirlo en voz alta, de
darse abrazos y apretones de mano, de quedar para tomar copas y bastos. Es lo
que toca, lo dicen hasta los anuncios de esos escaparates, en la televisión de
los escaparates, en el tañido de las campanas de las iglesias, en las pancartas
del balcón del Ayuntamiento.
Y después
iremos a la feria, añade la niña, a montar en los caballitos de colores. Y
compraremos algodón de azúcar y subiremos a la noria. Luego comeremos la
hamburguesa más grande y muchas patatas fritas, dice la madre con una triste
sonrisa. La niña tirita y acurruca su cuerpecito junto al de la madre. Y la
mira como solo se mira la esperanza, sin dejar de extender la mano para pedir una
limosna por amor de dios.
¡Ay qué desaliento! Me ha dejado noqueada.
ResponderEliminarUn abrazo solidario.
Mil gracias Lola. Otro abrazo solidario para ti.
ResponderEliminarRealmente, qué duro, Elena. Qué triste.
ResponderEliminarUn abrazo enormísimo.